¿QUÉ LE VAMOS A HACER?
Lo poco espanta y lo mucho amansa, reza el dicho popular. A eso
se debe mi prolongada huelga verbal en este blog (de ahí no haberme percatado
de los comentarios recibidos, que acabo de leer y publicar; gracias por ellos).
Me ha paralizado la reiteración, extensión y enormidad del desatino y la
iniquidad gubernamentales. El Gobierno (el actual, como el anterior) no ha
dejado de adecuar su actuación al deplorable juicio que me había merecido, para
quebranto de la mayoría de los españoles. Además, caí en pensar que cuando la
evidencia es tan gruesa y palmaria resulta superflua la insistencia crítica.
Pero
qué va; puro hastío e ingenuidad míos. Nunca es ociosa la crítica o la
denuncia. Pues lo que a mí me parece traición palmaria (la legitimidad para
gobernar no se gana sólo en las urnas, sino en el cumplimiento del programa
votado), a otros les parece genialidad digna de palmas, sólo que exige mayor
inteligencia que la mía para ver el sentido de lo que realmente está ocurriendo
y haciendo este Gobierno. Así, me encuentro con que en los dos bandos o bandas,
los de los dos grandes partidos (o partidas), y no sólo de uno (al que se le
siguió votando pese al GAL y la corrupción generalizada en todas las esferas e
instituciones del Estado), la gente sigue aferrada a deseos y creencias, por
ilusas que sean, y a interpretaciones enrevesadas que todo lo justifican, hagan
lo que hagan “los suyos” (entiéndase rectamente: los que se quedan con lo suyo
de Uds. o ellos como si fuera suyo o de ellos mismos que, con la banca, siempre
salen ganando). Al decir de muchos, el jefe, si es del partido propio (del p.
p.: el suyo, pero suyo de él, aunque el pagano votante se confunda una y otra
vez), no abusa de la secretaria, la cuida; ni lee el periódico en las horas de
trabajo, es que se informa.
Porque
éstas tenemos: habla uno con algunos de las medidas que palmariamente nos
sacarían de la ruina y cuya palmaria evidencia corre por Internet (fuera
privilegios y despilfarros, o sea: fuera subvenciones
a partidos políticos y sindicatos y fundaciones y asociaciones políticas
enmascaradas, fuera empresas “públicas”
de falsos funcionarios, fuera “consejeros”
fantasmas desde las concejalías a la presidencia del Gobierno, fuera “embajadas” de las Autonomías, fuera televisiones “públicas” sean centrales
o autonómicas, fuera diputaciones o
más de la mitad de los ayuntamientos,
etc.) y encuentra asentimiento enfático. Pero luego se encuentra, en las prospecciones
demoscópicas, con que todavía la mayoría de los ciudadanos seguiría votando a
los partidos mayoritarios.
Por lo
que es de temer algo aún peor, a mi juicio: que el minoritario totalitarismo
comunista decimonónico gobierne próximamente España, como lo hace ya en
Andalucía condicionando la política del Psoe, al igual que hasta ahora han
gobernado de hecho las minorías nacionalistas, separatistas y destructoras de
España, a falta de un partido mayoritario que obtenga mayoría absoluta
(posibilidad aniquilada por el partido que hoy ocupa La Moncloa).
Así
que “toda España” sabe lo que se podría hacer para salir de la ruina: eliminar
los privilegios, la corrupción (que es incluso estructural y legalizada: la
división de poderes no existe en nuestro país ni de hecho ni de derecho) y la
impunidad. Pero casi ningún español lo haría, porque está secuestrado por la
adhesión incondicional o irracional a uno de los dos grandes partidos. Es como
el tabaco: todos los que fuman (muchos médicos incluidos) saben que es malo,
pero siguen fumando. De ahí que el sentido común siga siendo el menos común de
los sentidos, para nuestra desgracia.
Lo
único que ha cambiado, en la superficie, es que hay una nueva clase dominante y
explotadora dirigiendo el destino de nuestra sociedad y que no es ya la muy
socorrida “perversa burguesía”: es la clase
política, da igual con qué siglas se vista, porque la poca vergüenza no
tiene ideología ni partido, como ya dije otra vez. Ya no me creo la diferencia
entre los “hunos” y los otros; el actual PP me ha quitado esa fe, a pesar de
que lo de Bárcenas sea una broma, en cantidad y calidad, comparado con la
estafa política de los falsos EREs en la taifa andaluza del Psoe (la llamada
Autonomía Andaluza). Los actuales políticos son unos profesionales de la
política, en el peor sentido: la mayoría de los políticos de esta segunda
generación democrática no tiene otro oficio ni beneficio que vivir del cuento,
aunque la nación se hunda. Y aunque se vista de seda o de psoe o de pp o de xyz
o lmu o de lo que quiera, la poca vergüenza poca vergüenza se queda. Explotando
el juego de las apariencias, las interesadas falsas creencias y, en suma, la
vanidad ególatra de la plebe moral que somos (entren todos y sálgase el que
pueda, como decía mi abuela), completamente indispuesta a reconocer sus errores
(voto incluido) y rectificarlos: ya se sabe que eso es más propio de sabios.
Pero,
entonces, ¿qué le vamos a hacer?
Porque algo hay que hacer ante esta encerrona partidocrática (los xenófilos
preferirían “partiTocrática”; yo no). Lo que no puede (debe) ser es abandonar
la lucha con una interpretación meramente retórica, puramente pasiva y
claudicante del “¿qué le vamos a hacer?”,
como yo mismo he estado a punto de hacer. Lo que no podemos (debemos) hacer es
admitir sin réplica, con fe ciega, con voluntad cómplice o interesada, la
cínica excusa del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy (Rajao), cuando hace
unos meses, ante una de las remesas de recortes y apropiaciones (expropiaciones)
indebidas, tan legales como injustas, recurrió al socorrido “No podemos hacer otra cosa”. Por
supuesto que eso es falso y sí se puede hacer otra cosa, y corre por Internet y
“todo el mundo lo sabe”.
Para
empezar, creo que lo que hay que hacer es no dar por supuesto que no se puede.
En segundo lugar, hurgar críticamente el supuesto oculto (o transparente, según
se mire o se quiera ver) de tamaña mentira, y que no es otro que éste,
perfectamente al alcance de mi inteligencia y de todo el que quiera ver: “… si queremos mantener los privilegios de
nuestros familiares y amiguetes, así como el de nuestros cómplices del partido
de enfrente”. O sea, no se puede hacer otra cosa si se quiere mantener el
privilegio, la corrupción y la impunidad. Erradicarlos auténticamente, por el
bien del pueblo, es algo que a esta clase política española actual (hay otro
mundo más allá de los Pirineos; no seamos ciegos, derrotistas ni increyentes)
parece que ni se le pasa por la cabeza.
Y si alguien considera arbitrario este mal pensar, tenga la bondad de ilustrar
mi entendimiento aportando un indicio que me permita discriminar entre A (=la
clase política se está riendo de nosotros y quedándose con todo lo nuestro) y B
(=los servidores de la patria, y en particular el Gobierno actual, tienen la
mejor de las intenciones junto con la sabiduría para llevarlas prudentemente a
la práctica).
Y el
tercer paso de mi visión y propuesta (elemental: simple, decisiva, escurridiza)
sobre lo que hay que hacer es seguir ejerciendo la denuncia y la crítica
razonada, porque el silencio y la ocultación son los principales cómplices de
la maldad. No en vano el enemigo mayor, el obstáculo más temido de la clase
política o politicastra (sea monárquica o demagógica), lo que se trata de
domeñar y desactivar, es la opinión pública. Sin una opinión pública manipulada
no hay más alternativa que la rendición de la maldad o la maldad de violencia y
la guerra en la que todos pierden.
Hoy he
denunciado (alertado, cuestionado) más que criticado o razonado, al revés que
en otras ocasiones. Pero algo he hecho al menos, quizá el mínimo exigible: mantener
el esforzado empeño de no renunciar a la legítima guerra de la palabra y
solicitar a mis conciudadanos, a quienes hayan incurrido en leer mis palabras,
que pensemos conjuntamente, de veras, “¿qué
le vamos a hacer?” a esto, a este enredo nacional, a esta democracia en
ruina galopante.
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