Yo soy yo y mi Jorgito, que es mi circunstancia más
pequeña, aunque las apariencias engañan. De modo que yo no puedo, hoy por hoy,
redactar artículos o entradas de blog. Pero tampoco puedo ni quiero dejar de
ejercitar esa función que tanto me gusta y que suena tan fina y tan rara:
observador crítico de la constitucionalidad actual española. O, mejor, de cómo
se viven los valores constitucionales en nuestra democracia de derecho, que
sigue aún siéndolo por muy moribunda y cancerosa que la estemos poniendo en la
práctica.
De modo
que cambiaré el género: paso del artículo menor o “entrada” bloguera al “apunte
cibernético”, que es una suerte de nota
que nota notera, que tendrá, espero, una ventaja: su mayor fluencia y
abundancia. Voy a estrenarla ya, que los asuntos se agolpan y las semanas
vuelan.
Recientemente
se ha publicado en Granada, por una novísima editorial arzobispal, un libro
(dos, ya) de una periodista italiana sobre su concepción del matrimonio: Cásate y sé sumisa (http://www.elmundo.es/andalucia/2013/11/11/528115f361fd3d8a608b4572.html).
El título, desde luego, es como para meter en un reformatorio escolar o mental
a la autora (descartando, en principio, que se trate de la repugnante
estrategia comercial propia de un sinvergüenza); o para dejar que se mustie en
el escaparate de la librería, que es el modo civilizado de desprecio propio de
una democracia de derecho, a mi juicio.
Al
parecer, sin embargo, el contenido se aparta en buena medida del desatinado
título y no justificaría el furor maniqueo desatado por los meapilas laicistas
de la Santa Indignación atea y comecuras (hoy otra vez de moda, a falta de
cultura, como siempre) que lo han denunciado por fomentar, supuestamente, la
violencia machista, y a los que se ha unido también otra cofradía de valientes
(bastante menos con los terroristas, por supuesto; con la Iglesia sale gratis
la infamia) y ciegos adoradores de lo políticamente de moda, capaces de rajoyrse (libre expresión mía, si aún se
me permite en esta hora democrática) o traicionar cualquier principio, si es
que alguna vez lo tuvieron (léase “Patulea de Petardos” en el poder; PP, para
la historia): hasta la ministra Mato se ha apresurado a avalar la bulla
anticlerical armada por los otrora contrarios, pidiendo al Arzobispo que retire
la obra de las estanterías. Qué bárbaro, digo qué bárbara. Si constituye
delito, que lo retire el Gobierno mismo sin más contemplaciones ni diálogo y sancione
civilmente al obispo (ya, ya sé que esto es pedirle peras al olmo: para
coherencia y valentías están éstos; pues que dimitan y dejen de vivir de mi
sueldo). Y, si no, que no juegue a obispa ni avispa intentando pastorear al
obispo, o sea, que no haga el ridículo ni pierda los papeles de esa manera, que
da vergüenza ajena desde afuera de nuestras fronteras.
Son dos
los valores constitucionales patrios que veo conculcados en esta liza: uno, el
de la educación básica obligatoria
de que habría de revestirse el pueblo soberano, que veo afectado por la
ignorancia supina acerca de las matrices culturales que nos constituyen o
rodean (una desgraciada herencia o lacra de nuestra Transición democrática, que
lo ha politizado todo, educación incluida). Otro, el de la libertad de expresión, pavorosamente indefinido e indigerido por
quienes expresan tan francamente su oposición a la expresión ajena; combinado
con el anterior: sin saber qué dice el libro y sin saber siquiera lo requerido
acerca de su mismo título. Me explico. Creo que valdrá esta nota para
posicionarse en el asunto con suficiente conocimiento y juicio, al contrario
que los que están armando el circo mediático, ya que no hay circo romano como
el antiguo para castigar como ellos parece que quisieran a los seguidores de un
tal Jesús, infieles que se atreven a contradecir las modas políticas sobre los
principios de siempre (los verdaderos, vaya; porque no hay nada en la
Constitución española ni en la Constitución europea que no estuviera ya en el
Evangelio cristiano; cuestión de memoria histórica, si nos ponemos a ello de
veras).
“Sumisión”
llevaba por título el documental con el que el cineasta holandés Theo Van Gogh
(bisnieto del famoso pintor), con guión de la famosa escritora somalí
occidentalizada Ayaan Hirsi Ali, denunció la humillación a que es sometida la
mujer en la cultura musulmana, y por el que fue asesinado por un musulmán
marroquí, según dejó por escrito el asesino tras pegarle decenas de tiros y de
puñaladas previas al degüello, como manda el Corán hacer con los infieles, esto
es, con los insumisos.
Lo que
no parecen saber estos indignados denunciantes (de los tres partidos políticos
con más representación en Andalucía: comunistas, socialistas y populares, como
se llaman ellos a sí mismos en libérrimo uso de la libertad de expresión) es
que “sumisión” es también, simple y terroríficamente, el nombre de la religión
a que pertenece el referido asesino: el Islam (“sumisión”, en árabe). De manera
que no se requiere extremismo alguno para que los muslines o musulmanes
(sumisos, en árabe), como los llamamos en nuestro idioma español, consideren
como deber suyo degollar al prójimo que no cree o piensa lo mismo. Basta ser
coherente con el Corán, como nota Ayaan Hirsi Ali, que sabe de lo que habla por
teoría y por la práctica. Aunque, en este caso afortunadamente, la gente suela rajoyrse, es decir, sea poco coherente
con los principios que dice y promete; menos mal que la mayoría de los
musulmanes ni leen ni se toman en serio la doctrina del Corán islamista.
¿Cabría,
quizá, interpretar, que lo de “Islam”, o sea, “Sumisión”, sea una
interpretación o un uso libre de la expresión? Pues va a ser que no, miren Uds.
por dónde: porque “Corán”, a su vez, significa en árabe “Recitación”, y así lo
leen los musulmanes en todas las mezquitas del mundo, la mayoría sin saber lo
que leen o recitan porque no conocen el idioma árabe en que está escrito (como
antes nosotros con el latín de la misa). De manera que, expresa y literalmente,
en la religión musulmana no hay interpretación que valga de su sagrado libro y
doctrina.
De
todos modos, ¿por qué nuestros furiosos denunciantes políticos, tan celosos de
la ortodoxia política, tan indignados con la Iglesia católica y con una
periodista romana, no conceden ni practican la misma libertad expresiva e
interpretativa que, aunque imposible de aplicar a los musulmanes, podría
aplicarse a nuestra cultura cristiana? ¿Por qué no exigen, también desde el
Gobierno central incluso, que se retire el “Corán” y se prohíba la expansión del
Islam, que tanta sumisión predica que constituye su esencia misma (y no a Dios
sólo, no: de la mujer al hombre, como el Corán manda y los musulmanes, mire Ud.
qué fieles en esto, practican)? ¿Por qué no se aplica rigurosamente al Corán, y
al Islam mismo que por él se rige, la legislación vigente, que penaliza el
delito de apología del terrorismo (cosa que no podrá hacerse con el Nuevo
Testamento cristiano por más que se lea la letra pequeña y que algunos asesinos
de la Edad Media hayan usurpado el nombre de “cristianos” al tiempo que, como
la mona, se vestían de oro y seda)? ¿Ya no rige el principio de igualdad ante la ley (otro valor de la
Constitución española) o, como antes se decía, “o todos moros o todos
cristianos”? (Por cierto, ya puestos a ser rigurosos y coherentes, ¿por qué no
se retira de las librerías la obra de Karl Marx, el Manifiesto comunista por ejemplo,
y se mete en la cárcel por apología del terrorismo a todos los que lo
citan, propagan y practican, y que tantos muertos, y no sólo muertas, han
producido?)
Respuesta
(para no dejar lugar a interpretaciones dudosas o ilegítimas): tengo la certeza
moral de que estos políticos que juegan a indignarse con otros (como si no
tuvieran motivo para hacerlo con ellos mismos, como la religión cristiana que
hemos mamado predica) no saben lo que es sumisión, ni lo que es Islam, ni lo
que es Corán, ni lo que es la mansedumbre cristiana; ni la libertad de
expresión ni la libre interpretación, uso y explicación de conceptos (en un
libro entero, si hace falta y quiere Ud. leerlo; que por estos lares nadie
obliga).
Más
aún; me atreveré a expresar mi sospecha, que creo fundada en lo expuesto, de
que no es ya que ignoren la Constitución, además de la cultura islámica y la
cristiana, sino de que no les importa un pimiento ni eso ni la diferencia entre
8 y 80, ni entre ninguna religión, sea la fundada por un crucificado que murió
perdonando tras haber predicado el amor a los enemigos, o la fundada por un
guerrero que, además de cambiar la norma árabe de la poligamia para poder tomar
como esposa a una niña de nueve años (pederastia lo llamaríamos en Occidente,
si se me permite la libertad de expresión o de llamar a las cosas por su
nombre) predicó el degüello literal y físico a los insumisos a su doctrina (yihad, en árabe).
Lo
único que parece importarles a estos valientes adalides de la ideología de moda
(repito lo de “valientes” con el sentido irónico de “valientes valientes éstos”,
que no se atreven con el Islam, sólo con la Iglesia católica, que es mansa) yo lo
dejo a la libre interpretación de Uds., aunque no hay duda de su interés en calumniar
y denostar a quienes no se dedican a robar ni el dinero del pueblo ni el
significado común de palabras sagradas tomadas en vano (vida, libertad,
igualdad, pensamiento, derecho, diálogo, democracia,…) sino a hacer el bien y
entregar su vida entera por legiones (salesianos, franciscanos, combonianos,
maristas, mercedarios, escolapios, Hijas de la Caridad, claretianos, jesuitas…
no sigo, porque esto era una nota y necesitaría varios folios para terminar la
lista. Ya lo sé; lo de la “nota” era una broma.) Debe de dar mucha envidia,
además de ser muy contrario a la propaganda, que la ideología y la práctica
propias, aparte de palabrejas y palabrotas, sólo aporte una ruina omnímoda,
como acredita la historia. Yo me declaro insumiso a ellas.