Blanco es; la gallina lo pone; con aceite se fríe…
De joven voté a la IU de Julio Anguita (unos de los contados
políticos honestos de la democracia) por su propuesta de compartir la mitad del
sueldo con los parados mientras no dejaran de serlo (y eso que yo ya tenía un
sueldo fijo del Estado). Cambié mi voto al PP, sin embargo, porque sólo él se
oponía debidamente a ETA y al desastre educativo de la LOGSE: Amicus
Plato, sed magis amica veritas.
Ahora resulta que el PP de Mariano Rajao (sic: es el nombre que me
merece) tampoco es mi amigo y que, nuevamente, la verdad me obliga a repudiar
el partido recién votado. Ya era de temer que, en su anterior y perdida campaña
electoral, presumiera de mantener, “al menos”, sus "principios" (por
aquello de la abuela, que me resulta la única creíble, conforme pasa el tiempo:
“dime de qué presumes…”).
Pero cuando en la reciente campaña electoral, que le ha llevado a la
Presidencia del Gobierno, priorizó ante todo el problema económico y
explícitamente prometió procurar “la felicidad” de los españoles, no pude
evitar un estremecimiento de pavor. Yo he leído a Kant (quizá sea uno de los
contados españoles que lo hayan hecho, en la democracia o en cualquier momento;
es lo que lamentaba nuestro Ortega) y conozco y reconozco su perspicaz
distinción entre felicidad y dignidad, la prioridad moral de la dignidad y la
precisión de que ésta no consiste en procurar, por ejemplo, una vivienda o un
salario “dignos”, sino en la justicia que se cumple cuando cada cual cumple su
deber sin contemporización ni excusa que valga. Porque, además, si debes,
puedes. (Y, si no, “haz un poder”, que diría castizamente X. Zubiri.) Más aún:
expresamente denuncia la impertinencia trágica de alterar el orden de estos dos
factores no sólo en moral, sino en política:
… el
principio de la felicidad (propiamente incapaz de constituirse en auténtico
principio) también conduce al mal en Derecho político, tal y como lo hacía en
la Moral, por óptima que sea la intención que se proponen sus defensores. El
soberano quiere hacer feliz al pueblo según su concepto, y se convierte en
déspota. El pueblo no quiere renunciar a la general pretensión humana de ser
feliz, y se vuelve rebelde.
(En torno al tópico “tal vez sea correcto en teoría, pero no sirve para la
práctica”, parte II: De la relación entre teoría y práctica en el derecho
político. Pg. 44 de la trad. Española en ed. Tecnos.)
Y es que ahora resulta que el PP se ha unido al PSOE (¿seguimos
con la abuela: dime con quién andas…; Dios los
cría...?) en la negativa a instar la ilegalización de los partidos
etarras solicitada por UPyD (http://www.elmundo.es/elmundo/2012/02/21/espana/1329843323.html).
No sólo lo hace con saña contra Rosa Díez (“el
que se pica, ajos come”, ¿no era, abuela?), lo que convierte en
increíbles las racionalizaciones con las que maldisimuladamente pretenden
convencernos de que sencillamente no es “prudente” ni “oportuno” ahora el
momento, sino con el incoherente argumento de que hay que esperar a que el TC
se pronuncie sobre otro partido etarra (Sortu). ¿Por qué no se hace lo mismo
con la ley del aborto, que piensa derogarse sin esperar el dictamen del TC? Y,
sobre todo, ¿por qué se ha postergado el recambio del actual TC, que es el
responsable de la, para mí, prevaricación histórica de consentir, contra el TS,
la legalización de los partidos etarras? Es más: ya era más que sospechosa y
sintomática la estúpida y perversa alineación de “Rajao” con Rodríguez y cía.
en su clamorosa tergiversación, para imbéciles rematados, del último comunicado
de ETA. Hoy mismo sigue sosteniendo esa “lectura”, propia de alumno de la
Logse, Basagoiti, el lugarteniente en Vascongadas de este émulo de Groucho Marx
al que hemos entregado el Gobierno de la nación (“Señora: éstos son mis
principios. Si no le gustan… ¡tengo otros!”). http://www.abc.es/20120226/espana/abcp-basagoiti-hemos-derrotado-comandos-20120226.html
Lo demás, infantil mecanismo de defensa de “negación” de los
hechos; puro cinismo, vaya.
Así que, como empezaba diciendo, “blanco es, la gallina lo pone…”
Que la traición no es privativa de ninguna sigla política, vamos. Que la
pérdida de la dignidad está generalizada, y que España, por lo tanto, se merece
los Gobiernos que está teniendo, todos del mismo signo, aunque con diferentes
siglas; Gobiernos que mienten y se mienten a sí mismos porque han perdido el
criterio, el que discrimina justamente entre bienestar y justicia, con lo cual
no puede ofrecernos ni lo uno ni lo otro, ni chicha ni limonada: la dignidad
por los suelos y los impuestos por las nubes, como siempre, como antes de la
Toma de la Bastilla. Que trabajen los tontos y que paguen los de siempre; ya
cambiaremos lo que haga falta para que no cambie nunca nada; como en Andalucía,
por ejemplo, donde, según su Gobierno, vamos por la “tercera modernización” (y
yo, en mi trabajo, sin haber notado las dos primeras).
A dónde vamos a parar, que diría mi abuela, cuando el Presidente
de la Nación le dirige la palabra a quien considera de un partido proetarra.
(No, no se pueden esperar los convencionales cien días primeros de nuevo
Gobierno para comentarlo.) Y además para decirle que le diga que hay que ser
buenos. Y el Parlamento nacional casi entero (despreciando a Rosa Díez,
obligándola al papel de Sócrates moderno paisano nuestro) suscribiendo un
documento que parece de la Logse jurídico-política: la “m” con la “a”, “ma”; el
Estado de Derecho expresamente afirma y propone actuar con mecanismos propios
del Estado de Derecho frente al terrorismo. Qué valentía. Qué ciencia. Qué
manera de ganarse el sueldo y de justificar su puesto. Y yo, tonto de mí, que
no lo disfruto (ni puedo siquiera reírme de este ridículo nacional, de este
esperpento en el Parlamento) porque he leído a Kant y no puedo quitarme de la
cabeza esta sentencia suya de la Doctrina del Derecho (parte primera de su Metafísica
de las costumbres, pg. 167 de su traducción española en ed. Tecnos):
Porque si perece la justicia, carece ya de valor que vivan hombres
sobre la Tierra.