“Indígnate” es la consigna que he
leído hoy en una pancarta. O sea: si Ud. no está indignado, póngase airado. O
sea: si no tiene Ud. la dignidad de estar ya indignado, engrose el pelotón de
borregos de nuestra confusa o contradictoria causa. Me resulta indignante la
proclama. Porque cualquier persona con dignidad y conocimiento ya estaba y está
indignada por la situación que padecemos en España, y que tiene como culpable
al Gobierno, no al “sistema”. Por lo demás, distingamos en este concepto sus
diferentes aspectos. El sistema político que disfrutamos en España es el mejor
que hemos tenido, el más excelso, una democracia constitucional o de Derecho.
Da igual, en este caso, cuál fuera su origen o inicio desencadenante, la
circunstancia política de 1978: lo que importa es su esencia y consistencia,
que sólo se puede menospreciar o despreciar de modo ignorante o perverso.
Esto es lo que toca a la dignidad porque toca a la justicia, al respeto, a la
legalidad, a las formas de convivencia civilizadas frente a la inveterada y
bárbara, al deber y al compromiso como valor supremo y condicionante del
bienestar mismo.
Hay que distinguir y jerarquizar
estos dos valores. El del bienestar o felicidad tiene que ver, pragmáticamente,
con la economía, con el sistema económico. Contra ambos se dirige confusamente
(priorizando perversamente el segundo) este movimiento insurrecto, de origen y
final incierto. Pero no ver la inviolabilidad del primer sentido del “sistema”
lo descalifica por completo, debiendo producir una seria alarma: ¿saltarnos la
legalidad, cuestionar la formalidad democrática que por fin disfrutamos en
España, aunque su ejercicio suponga una lucha y autocrítica constante, negar
que lo que tenemos sea una democracia porque, como todo, sea falible y
perfectible? ¿Desde qué noción alternativa de “democracia”: la asamblearia, la
arbitraria, la de la agitación y la rebelión permanente (o de sospechoso
oportunismo)? Entonces no están defendiendo nada; nada que merezca nuestra
atención. Y pierden toda razón que nos solidarice con ellos en lugar de que
queden en minoría anómala. Porque entonces defienden la dictadura de los
iluminados, que se sienten por encima del bien y el mal y ponen hipócritamente
en su boca la palabra “democracia” como la ponían la “democracia popular”
soviética o cubana o la “democracia orgánica” franquista. Y si no quieren
democracia auténtica (diálogo, lucha de razones, atenimiento al principio de la
mayoría), entonces son, aunque quieran engañarnos y se engañen, despreciables
dictadores o simples y resentidos adolescentes. No tiene justificación alguna
que infrinjan las reglas de juego del Estado democrático de Derecho (insumisión
frente al dictamen de la
Junta Electoral que prohíbe su concentración en día de
reflexión electoral) y se arroguen la representatividad del pueblo frente al
Parlamento, contraviniendo el dictamen de nuestras instituciones, las de la
democracia de derecho que la mayoría del pueblo español acordó darse
civilizadamente, para cambiar y mejorar nuestra historia.
En cuanto a la proclama contra el
“sistema” capitalista, tan ingenua y desfasada, después de la desastrosa
experiencia histórica del comunismo (la ideología que hay detrás de IU; el
partido que alienta a las claras a estos antisistema recolectores de indignos
despistados o pasivos hasta ahora no indignados), volvemos a las mismas: ¿acaso
proponen, en lugar de su control o reforma, aniquilarlo por revolución violenta
en lugar de por vía democrática, dialógica, con razones y convicciones que se
conquistan, en lugar de por cojones y por las armas? ¿No? Entonces, ¿cómo
cuestionan la democracia real que disfrutamos y contravienen sus decisiones
legales? Ya tenemos medios, tanto dentro como fuera del Parlamento, para, desde
y con la democracia, luchar por la justicia social y económica. Pero saltarse
la justicia legal los descalifica y reduce, en el más cándido de los supuestos,
a adolescentes, inmaduros, tardorrománticos, ignorantes de la historia y de sí
mismos. Si, en cambio, lo que pretenden, es justificar eventualmente la
violencia, la indulgencia y connivencia con el terrorismo que ya se percibe en
España (y que los demócratas reales, sin embargo, encajamos democráticamente
pese al desacuerdo con el Tribunal Constitucional), entonces esto no es
justicia sino guerra y lo suyo, simplemente, un recalcitrante manifiesto
comunista que, como muestra la historia (tanto pasada como reciente), utiliza
el Estado de Derecho hipócrita y cínicamente, según convenga (como la
“filosofía” de Rubalcaba).
Los
verdaderos demócratas, entonces, sólo tenemos un medio de luchar contra esta
barbarie ignorante o artera y maquiavélica: utilizar el sistema, el sistema y
los mecanismos democráticos, para contener este movimiento y a sus cómplices,
votando el próximo domingo a quienes más alejados se encuentran de esta
disparatada confusión sobre nuestro “sistema”: los que defiendan el Estado de
Derecho como fin y valor absoluto (no como un medio) y a quienes más
competencia económica se les presuma. Es cuestión de auténtica dignidad y justicia,
que incluye dar su merecido electoral a los causantes o aprovechados de nuestra
actual ruina económica. No, señores: sólo en la noche de la ignorancia son
pardos todos los gatos y se difumina el nombre propio de los responsables de
cada cosa. Nadie es perfecto; ni Uds.; eso ya lo sabemos la mayoría sensata,
que nos dimos una democracia constitucional para juzgar cada cuatro años la
gestión mejor o peor de nuestros representantes. De eso, ni más ni menos, se
trata de nuevo ahora.