Mosterín y el aborto


En la campaña gubernamental para la nueva ley del aborto, la ministra Bibiana Aído expresó la tesis fundamental con que pretende avalar su propuesta revisionista sobre el principio mismo de la vida humana, manifestando que el feto es un ser vivo pero que no hay evidencia científica de que sea un ser humano. La verdad es que para un punto de vista "científico" al respecto no cabía esperar de esta "miembra" del Gobierno una dilucidación mínimamente competente. Tal es, en cambio, la que pretendió ofrecer en El País hace unos meses el filósofo catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia, así como Profesor Investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Jesús Mosterín (http://www.elpais.com/articulo/opinion/Obispos/aborto/castidad/elpepiopi/20090324elpepiopi_11/Tes). De él cabía esperar un esclarecimiento apropiado. Sin embargo, está claro que el prejuicio infundado que obnubila el juicio no es privativo de las gentes incultas. Aunque sí sean privativos algunos medios de comunicación para quienes siguen su línea ideológica (?). Así, El País se negó diplomáticamente a publicar esta réplica que escribí pero que, gracias a Internet, no quedará reprimida. Os la ofrezco a continuación, para quien quiera pensar y ser realmente crítico sobre este punto de vital importancia (nunca mejor dicho).

ABORTO, LÓGICA Y FALACIAS
José Ramos Salguero, profesor doctor en Filosofía (joserasa@ono.com)

Jesús Mosterín acaba de publicar un artículo sobre el aborto (24-3-09) que no debería quedar sin réplica en un medio de comunicación democrático. Es un artículo realmente didáctico, no por ofrecer argumentos serios, aportar conocimientos fiables y analizar un problema con método, sino porque es un modelo de todo lo contrario. La aberración polémica comienza por atacar a un adversario, en lugar de centrarse en fundamentar la posición que se defiende y sobre la que actualmente recae la carga de la prueba, puesto que el aborto es todavía un crimen legalmente penalizado excepto en tres supuestos. ¿Es pertinente o lógicamente relevante reparar en la índole religiosa (o sexual, o cualquier otra) de unos opinantes tan ciudadanos como ud. o yo mismo? Esto constituye una falacia ad hominem o contra la persona: cuestionarla a ella, aludiendo a otros flancos y temas, en lugar de ceñirse a responder a sus argumentos u ofrecer los propios. Mosterín incurre así en el presunto dogmatismo que descalifica al prejuzgar que, “de hecho” (?!), “sólo el fundamentalismo religioso” puede oponerse al aborto (la misma posición expresada por el actual Gobierno por boca de su ministra) y que “ninguna otra razón moral, médica, filosófica ni política avala tal proscripción.
Esto ya no es una falacia; es un fundamentalismo a la contra, lo que explica la impertinente estrategia argumental de comenzar por la injustificable falacia ad hominem. Mosterín dixit: viva la infalibilidad del papado laico. Artículo único de fe. Muera la inteligencia del contrario, ya anatematizada. Viva la “interrupción voluntaria” del diálogo; déjense ya de remilgos los socialistas, que no se atrevieron con esta ley en los ochenta, sin notar que los obispos nunca estarán contentos. Menos mal que F. Savater ha disentido enseguida (artículo de 02-04-09, http://www.elpais.com/articulo/cultura/Abortos/otras/malformaciones/elpepicul/20090402elpepicul_3/Tes) manifestando, con su habitual lucidez, ponderación y valentía, que el asunto es una cuestión delicada de conciencia ante la que conviene que se exprese incluso la Iglesia. Lástima que su juicio aún acuse el sesgo de Mosterín cuando dictamina que “el problema” es elaborar leyes laicas, en lugar de exponer también en este caso su visión propia, a efectos de resolver el verdadero problema: formarnos criterio sobre lo justo de modo dialógico y democrático; lo otro se da por supuesto.
Por mi parte, no quiero contribuir a confirmar la aseveración, terriblemente verosímil, pese a todo, en nuestro actual contexto patrio, de que “de hecho” no hay argumentos contra el aborto. Con austera lógica, me limitaré a discutir la tesis y su argumento central. Mosterín considera “un burdo sofisma” la confusión entre embrión y “hombre” en virtud de la cual se califica de homicidio el aborto. Su argumento es la analogía de que comerse un huevo no es matar a una gallina, que cree reforzar con la distinción de Aristóteles entre potencia y acto: un embrión no sería un hombre actualmente (“de verdad”), sino (“sólo”) en potencia. Yo sostengo, al contrario, que esta afirmación es, en sentido estricto, trivial o irrelevante (un embrión no es, en efecto, un hombre adulto; pero tampoco un infante, ni un adolescente, ni un anciano deteriorado) y, en sentido amplio, falsa (“hombre”, cuyo significado es lo que se discute, es “ser humano” y el embrión humano es innegablemente un ser humano en su primera etapa de desarrollo). Lejos de ser “fundamentalista”, la tesis de Mosterín se sitúa, pues, en el extremo opuesto: la ausencia de fundamento objetivo, amparada en la falacia de la pura equivocidad o anfibología y en el oscuro ropaje de la tergiversación de Aristóteles, aunque presuma de recordar su doctrina e interpretarla con más sutileza que otros.
El caso es, sin embargo, que a Mosterín se le escapa nada menos que la diferencia decisiva entre un huevo de mi nevera y un huevo incubado, entre una semilla inerte (la bellota, del roble) y una semilla sembrada y arraigada y, en definitiva, entre un huevo o una bellota y un embrión humano. Es decir: la diferencia de la vida. Así, confunde la “potencia” aristotélica con la posibilidad real abstracta (la que, a diferencia de una piedra, tiene una bellota de convertirse en roble, si es sembrada), obviando que, entre los sentidos que en Aristóteles tiene la “potencia”, el principal es precisamente no el de la potencia pasiva sino el de la “potencia activa”, activadora o activada: el poder o la fuerza que significa originariamente “dynamis” tanto en griego como en su derivación española (“dinamismo”). Con ello tenemos el equívoco aristotelizado.
Igualmente, la lección aristotélica del profesor Mosterín omite la diversidad de sentidos de “acto”: bien acción (enérgeia), bien actualidad o realización plena (enteléchia), bien la esencia o forma específica de un individuo (la que, sin duda, tiene ya el embrión como potencia activada: su propio genoma). Diferencia decisiva para entender el fenómeno del movimiento y la vida a que Aristóteles destinaba su distinción. Pues el acto, aparte de no equivaler a ser “de verdad” (al contrario, la aclaración de Aristóteles es que también la potencia es un modo o estado del ser o la esencia), sólo es puro, pleno o entelequia más allá del mundo “sublunar” de la Naturaleza en que vivimos. En ella, la plenitud del acto como esencia sólo la completa cada especie como colectivo, no los individuos. Así, la vida es movimiento, y el movimiento es una acción o acto imperfecto, inacabado, una aspiración incesante (dramática, deportiva, trágica: la evaluación depende de cómo nos encontremos) a esa entelequia que nos dinamiza. De ahí que Aristóteles defina el movimiento como “el acto de la potencia en tanto potencia”.
Dos gruesas falacias, pues, componen esta tesis: la omisión del carácter vivo del embrión (que lo diferencia de una simple bellota o huevo) y el soslayo de la especie humana de vida a la que pertenece desde su concepción, mediante el contraste con el ambiguo término “hombre”. Desde luego, esta segunda es la principal. Ahora bien, ¿qué significa “hombre”?, ¿en qué se fundamenta la oscura, débil y confusa propuesta de limitar el aborto a un número de semanas de gestación? Vano es buscar la respuesta en este planteamiento; lo único que se encuentra es la injustificada reducción de la calificación de “hombre” a no se sabe bien qué fase o estado de la vida humana. El hecho es que Mosterín, entonces, incurre en el error categorial o falacia de convertir en esencial lo accidental, de sustancializar e independizar las fases de desarrollo de un organismo separándolas del sujeto individual permanente en que radican y se realizan. Sin embargo, aunque se eluda, contamos con un criterio firme y absoluto de identificación objetiva: la clase de ser a que se pertenece, desde el grado primero de la vida. En cambio, si el criterio fuera el grado en que uno está realizado (movedizo, convencional y relativo), la vida de todos quedaría expuesta a la temible impunidad de su homicidio, dado que ningún humano está nunca plenamente humanizado.
¿Burdo sofisma “confundir” el feto con un ser vivo humano? Más parece que negarlo fuera ciega creencia en oscuro misterio que reedita, en versión laica, una superstición rancia: la de que la “humanidad” se infunde al feto entre las catorce o veinticuatro semanas de vida. Un infeliz argumento antiguo de la Iglesia católica que ahora parece cobrar nueva vida en un fundamentalismo de signo contrario. En fin, que esta posición no hay por donde cogerla o, mejor, se coge en falta por todos lados, aunque pretende cogernos a nosotros, es capciosa; un “burdo sofisma”, por emplear sus términos. No es, como pretende, una simple verdad, sino una simplificación que no afronta la verdad y la justicia y reduce un embarazo indeseado a una situación embarazosa, eludiendo la responsabilidad ante el otro y omitiendo la respuesta positiva que nos engrandece psicológicamente, fortalece socialmente y dignifica moralmente. Si no hay argumento que la justifique, debe de haber motivo que explique esta reducción de lo justo a mi gusto como lema del “derechismo” furibundo (tengo “derecho” al capricho o a librarme de lo embarazoso: tengo derecho al aborto) promovido por este proyecto de ley que, más allá de la vigente, resulta tan innecesaria como sectaria. Pero abundar en ello ya sólo sería posible en otro artículo.

Comentarios

  1. Bienvenido a la blogosfera, José. He leído con atención su réplica a Mosterín; me ha parecido argumentada y precisa. Que nos encontremos muchas veces en la red, y que contribuyamos a generar el espacio para un diálogo auténticamente filosófico. Un abrazo.

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  2. Buenas, D. José, aunque ya la había leído con anterioridad, confirmo mi apoyo a su argumentación, que pone en evidencia la falacia indiscutible de la planteada por Mosterín.
    Por suerte o por desgracia, al menos contamos con la red para manifestar opiniones que discrepen de la norma política, sea del color que sea, aun siendo lógicas y respetuosas.

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